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TARTUFO
abril 8, 2022 - 08:00 - 17:00
Un buen burgués Orgón ha caído bajo la influencia de Tartufo, un falso devoto que busca quedarse con todos sus bienes. El impostor exagera la devoción y llega a convertirse en el director espiritual de Orgón. Además, pretende casarse con la hija de su benefactor, al tiempo que trata de seducir a la segunda esposa de éste, Elmira, mucho más joven que su marido. Una vez desenmascarado, tratará de aprovecharse de unas donaciones firmadas que Orgón le ha transmitido para intentar echar al dueño de su propia cada. Recurre, incluso ante el rey, pero éste, hace que Tartufo sea detenido al descubrir que el beatucón no s más que un estafador.
Molière escribe Tartufo en 1664, pero tendrá que esperar cinco años para ver estrenada su sátira, concretamente el 5 de febrero de 1669 en el Théâtre Palais Royal de Versalles. Fue prohibida su representación al ser acusada de lo que en nuestros días llamamos delito de odio. Finalmente, el Rey Luis XIV levanta la prohibición y es estrenada con éxito.
La intención de la obra, es, según el propio autor, «la crítica de los falsos devotos, de los hipócritas que se presentan bajo la apariencia de personas con fuertes valores cristianos y que esconden otros intereses». El tema principal es, pues, el de la hipocresía, aunque la pieza suscita también otras cuestiones no menos relevantes como la obstinada e irracional resistencia para reconocer la evidencia de los hechos, la acomplejada necesidad de subyugación del sujeto a demagogos manipuladores, la colosal distancia entre los miríficos enunciados morales y el inconsecuente comportamiento de sus predicadores, el severo e implacable despotismo de la superioridad moral, la justificación de la mentira como recurso natural del superviviente…
Tartufo es, en efecto, todo impostura: una gran mentira. La fascinación que ejerce un personaje carente de escrúpulos, es la misma que hoy nos procuran tantos expertos estrategas, comunicadores y publicistas de toda índole, que invaden nuestra privacidad recurriendo sistemáticamente al engaño y a la adulación con nuestra perezosa aquiescencia. ¿Acaso todos nos estemos convirtiendo en Orgones cediendo gustosos la soberanía de nuestro propio criterio y discernimiento? ¿Estamos, en estos días de aislamiento e incertidumbre que hemos padecido tan irremisiblemente atartufados, tan ávidos de directores espirituales rebosantes de salvíficas proclamas, que, como Orgón, entregamos encantados nuestro patrimonio material y espiritual a cualquier farsante convincente? ¿Quiénes son hoy esos intrusos que se cuelan en nuestras casas con irresistibles cantos de virtuosas sirenas, despojarnos de nuestros más preciados bienes, entre los que se encuentra el del libre discernimiento? ¿No habremos ya incorporado y aceptado, como inevitable, el método Tartuffe para sobrevivir en esta fase desbocada y descabezada del sistema económico y social?
En cualquier caso, Tartufo es hoy ese narcótico vendaval de espectáculo que nos arrebata hasta decantarnos por lo verosímil antes que, por lo veraz, por las reconfortantes y, nunca mejor dichas, mentiras piadosas a la inevitable y, en ocasiones, incómoda realidad. Si todo es espectáculo, entonces nada duele.
¿Y entonces, el teatro? El teatro de siempre, con su prodigioso mecanismo de distancia -o desbordamiento- nos ofrece, en esta ocasión la posibilidad de observar, divertidos, esta delirante carrusel de apariencias mendiante la gran farsa que escribiera el dramaturgo, actor y director francés Jean Baptiste Poquelin hace más de tres siglos. Así, nuestro Tartufo se presenta ante ustedes, antes que nada, como un radical y festivo juego teatral sin trampas ni cartón porque, paradójicamente, en el teatro todo es trampa y cartón. Y esa es su grandeza. Y esa es su verdad. El genuino teatro que, como en los tiempos de Molière, planta cara al sinuoso impostor que se infiltra seductoramente en nuestros hogares.
La piedra angular sobre la que se desarrolla este Tartufo, de Ernesto Caballero, es el gran Pepe Viyuela; el directo ha sabido destacar la capacidad expresiva y la infinita paleta de registros escénicos que caracterizan a este actor, uno de los mejores y más camaleónicos intérpretes españoles de nuestros días; hay, en su personajes, una cierta opacidad en su mirada que revela su situación anímica. Junto a él destaca Paco Déniz, que encaja su Orgón dentro del traje de la tradición de los grandes caricatos del teatro universal. Brillan en escena una Silvia Espigado encarnando su papel de Elmira, y María Rivera como Dorina, en su «doble» papel de criada impertinente y metomentodo, y de joven limpiadora que, con sus desacomplejadas opiniones, despeja la mente del protagonista principal, creando, con todo ello, un fresco, atractivo y entretenido acercamiento a uno de los textos fundamentales de la historia del teatro.
REPARTO
Pepe Viyuela
Paco Déniz
Silvia Espigado
Germán Torres
María Rivera
Estíbaliz Racionero
Javier Mira
Jorge Machín
EQUIPO ARTÍSTICO
Escenografía Beatriz San Juan
Vestuario Paloma de Alba
Iluminación Paco Ariza
Asesoría de movimiento Karina Garantivá
Espacio sonoro Luis Miguel Cobo
Fotografía David Ruano
Producción ejecutiva Álvaro de Blas
Dirección de producción Maite Pijuán
Ayudante de producción Ana López-Rúa
Ayudante de dirección Nanda Abella
DIRECCIÓN
Ernesto Caballero